Desolación.
Fue la primera vez,
apenas el inicio.
Como árbol de invierno,
la capilla conservaba rastros
de lo que fue.
Vigas carbonizadas a punto de yacer,
restos de cirios,
regadero de piedras,
y todo a cielo abierto.
Templo sin follaje sin nidos.
Un Cristo presidía la desolación,
un Cristo de Viernes Santo.
Desolado, sin follaje sin nido,
Francisco se supo un poco ese templo,
y se dejó presidir por el Cristo.
Reparar la Iglesia...
esa fue la primer respuesta
ante la desolación.
Desde San Damián Primera,
toda desolación
- sea de hombres o de templos -
lo interpeló.
Desde aquel día
ninguna cruz pasó ante sus ojos
sin gestar en sus actitudes
la voluntad de reparar.
Leyenda poética
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