sus últimos días,
que sumaron
que sumaron
casi dos años,
se preocupó en ocultar a los demás
lo que sus ojos ya no alcanzaban a ver:
Las llagas de la identificación.
Lo había predicado con palabras y obras,
ahora debía hacerlo con carne y escarmiento.
No lo vivía como un privilegio,
sino como una misión.
Pero no eran solamente las llagas de Cristo,
esas que se le adhirieron
de tanto abrazar el cuerpo
crucificado del Nazareno.
También portaba los clavos.
La humanidad que se rasga las carnes
ante la violencia del golpe,
es también la humanidad
que golpea y castiga,
que lee justicia donde dice muerte.
Clavos y llagas,
arado de muerte
donde con tanto afán
hemos sembrado la historia.
La última misión de Francisco
consistió en predicar la humanidad:
esa hendidura en la carne
que rasga el corazón de Dios.
se preocupó en ocultar a los demás
lo que sus ojos ya no alcanzaban a ver:
Las llagas de la identificación.
Lo había predicado con palabras y obras,
ahora debía hacerlo con carne y escarmiento.
No lo vivía como un privilegio,
sino como una misión.
Pero no eran solamente las llagas de Cristo,
esas que se le adhirieron
de tanto abrazar el cuerpo
crucificado del Nazareno.
También portaba los clavos.
La humanidad que se rasga las carnes
ante la violencia del golpe,
es también la humanidad
que golpea y castiga,
que lee justicia donde dice muerte.
Clavos y llagas,
arado de muerte
donde con tanto afán
hemos sembrado la historia.
La última misión de Francisco
consistió en predicar la humanidad:
esa hendidura en la carne
que rasga el corazón de Dios.
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