Leyenda poética

ALABANZAS


Dos ramas secas se cruzan a la altura del corazón,
y con el gorgoteo de su voz,
el pequeño descalzo canta las alabanzas al Creador.
El valle de claridades, lo leve de un vuelo, las rosadas colinas del atardecer...
El caracol carga un misterio diminuto y marítimo,
las alondras encuentran manjares en lo impensable.
Cuando se lo escucha, las piedras peladas se iluminan
con amaneceres de lo eterno,
y las ramas secas parecen trazos de una escritura antigua,
de aquel tiempo cuando las palabras eran adjetivos.
Lo que existe, danza sus canciones y despliegan sus colores,
y todo parece creado para la alabanza.
La belleza es una forma de mirar,
y la mirada, la más delicada manera de amar.
La alabanza antecede a la creación.
Él, tan pequeño, y todo el universo tan inmenso,
se confunden en tarareos, golpes, balbuceos y aclamaciones,
de tal modo que la naturaleza parece un enorme Francisco
alabando al creador,
y la inmensidad de lo creado se acurruca
como el pequeño
en los brazos del Padre.
(c)2002 EAG

Yerro y parte


Oscuro sobre claro
Trazos entrelazados
Curvas, líneas, puntos.

Un pergamino que se resiste
Y herido
Termina llevando en su piel
la escritura

Una sigue a la otra, y así
Como el tiempo
La sucesión de lo acuñado
Terminan siendo palabra.

Claroscuro, herida y tiempo...
La escritura es nuestra única criatura
Hecha a nuestra imagen y semejanza.

Francisco había prohibido
Que los hermanos borraran aún el yerro
De lo que escrito, ya esta escrito

Y por los caminos, recogía
Cualquier trozo manuscrito
Sin importarle si el recorte
Todavía guardaba algún sentido

Recoger los jirones de textos
Impedir que se borren lo ya escrito
Yerro y parte: eso somos,
Eso llevamos impreso.


(c) EAG 2002

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